sábado, 1 de octubre de 2011

Queremos vivir bien, pero a los palestinos ni las migajas

Una primavera árabe que ignora a los árabes en Tel Aviv

Cientos de miles de indignados israelíes manifestaron exigiendo justicia social en agosto/11
Greg Burris*
Nadie podría haber predicho siquiera que un solo acto de protesta —la autoinmolación de un desesperado vendedor ambulante tunecino— desataría una oleada colectiva de resistencia y rebelión a lo largo del Norte de África y de Oriente Próximo amenazando con derrocar regímenes que durante mucho tiempo fueron considerados como actores políticos permanentes.
Pero quizás el resultado más sorprendente de esta oleada de protestas regionales iba a verse en Israel, donde manifestantes judíos portaban pancartas y gritaban consignas que declaraban que el espíritu revolucionario de la plaza Tahrir de El Cairo había llegado a las calles de Tel Aviv. La primavera árabe, al parecer, se ha convertido en el verano israelí.

Pero, ¿de qué modo las protestas que están teniendo lugar en Tel Aviv se relacionan con el más amplio tumulto regional? ¿Qué dicen las protestas sobre el actual estado del sionismo y qué significado tienen para la ocupación de Palestina? Para responder a estas preguntas, se podría empezar volviendo a una inesperada fuente: la cultura pop israelí. El sionismo se escapa ileso

En 1984, el músico de rock israelí Shalom Hanoch publicó su álbum más vendido Esperando al Mesías. Entroncando de lleno con la tradición del rock protesta, el álbum contaba con una pieza de arte audaz en la c
ubierta: un primerísimo plano de un cenicero sucio, lleno de colillas de cigarrillos y basura. Resultaba apropiado como metáfora de la verdadera pobreza que reside en el corazón de la buena vida, de la suciedad que ciñe el glamour

Para realzar aún más las credenciales del álbum protesta, aparece la canción que cuenta la historia del legendario Mesías judío que por fin llega a la Tierra. Pero su aparición en el mundo no se produce en u
n momento feliz. Al ver el triste estado de cosas que le da la bienvenida en el Israel de aquellos días, el intrépido y joven Mesías no cumple los sueños proféticos. Por el contrario, se lanza desde un tejado suicidándose en el pavimento de una calle de Tel Aviv. “El Mesías no viene”, entona Hanoch con su voz ronca que acentúa los sonidos guturales del hebreo. “El Mesías ni siquiera va a llamar”.

Pero, ¿era realmente el mensaje de Esperando al Mesías tan radical? Antes de adoptar la canción como un manifiesto musical de rebelión y de revuelta desde la izquierda, habría que ahondar en ella un poco más. La letra de la canción sugiere que los principales motivos que conducen al mesías al suicido son totalmente económicos. Se cita concretamente la mala gestió
n de la bolsa de valores israelí. De manera que lo que cabe suponer es que el Mesías era también un inversor con mala suerte.

El viernes 23 de septiembre manifestantes se concentraron frente a delegación ONU en Caracas para exigir reconocimiento del Estado soberano e independiente de Palestina

Los palestinos están completamente ausentes de esa imagen. Están relegados a las sombras —marginadas, oscurecidos y olvidados. Así, se proyecta una imagen de protesta aunque lo que claramente e
xige la mayor protesta de todas —el etnocéntrico Estado sionista y la ocupación del pueblo palestino que le acompaña— no se menciona en absoluto. Es como si se pudiera criticar todo a excepción de, precisamente, de lo que más importa. De esa manera, la protesta —incluso la de un himno de rock enfurecido— funciona para perpetuar el propio status quo contra el que pretende posicionarse. Al fin de cuentas, el sionismo sale ileso.

Revuelta contra el neoliberalismo

Las recientes protestas que han esta
llado en Israel deben ser entendidas exactamente de la misma forma. Estacionados en un campamento improvisado en el elegante Bulevar Rothschild de Tel Aviv, las exigencias de los manifestantes son sorprendentemente similares a las expresadas por sus vecinos árabes: vivienda asequible, comida y gasolina más baratas, aumento salarial y que se ponga fin al deterioro de los sistemas de salud y de educación del país.

Según el destacado historiador laborista de Oriente Próximo Joel Beilin, “el despertar árabe es, en parte, una rebelión contra el modelo neoliberal de desarrollo, aunque rara vez se mencione. La crisis de la vivienda en Israel es igualmente un síntoma de las políticas neoliberales” (“El co
nflicto palestino-israelí y el despertar árabe”, Middle East Report Online, 1 de agosto de 2011). Pero mientras que estos problemas económicos se han visto exacerbados por la costosa ocupación militar israelí de Palestina y la subvención del gobierno a las comunidades de colonos ilegales en Cisjordania, la tendencia mayoritaria es ignorar estos hechos inconvenientes y en su lugar tratar la ocupación como un asunto sin relación alguna, como un “problema de seguridad” sin relación de ningún tipo con las protestas.

Por lo tanto, aunque el álbum de Hanoch se publicó en 1984, podría haber sido grabado ayer. Si su titular Mesías hubiera retrasado su llegada a la tierra 27 años y hubiera aparecido en el caluroso verano israelí de 201
1, se hubiera lanzado igualmente desde esa azotea y hubiera salpicado su cuerpo en las calles. Una vez más, el problema es la economía, y una vez más, se deja a los palestinos totalmente fuera de vista.

Hay quienes afirman que hablar de la ocupación israelí en este momento sólo serviría para dividir a los manifestantes. Uri Avnery, por ejemplo, ha argumentado que aunque “sacar a colación la ocupación proporcionaría [al primer ministro Benjamin] Netanyahu un arma fácil, dividir a los acampados y desbaratar las protestas”. Avnery, que es desde hace tiempo parte integrante de la izquierda israelí, concluye que “no hay necesidad de presionar a los manifestantes” en ese sentido y que con
paciencia, las protestas se volverán con el tiempo contra la ocupación por sí solas, como por arte de magia (“¿Cómo de piadosas son esas tiendas? ¿Quiénes son estas personas? ¿A dónde irán desde aquí?”, Counterpunch, 5 de agosto 2011).

Este punto de vista no es infrecuente. Sin embargo, el deseo de desvincular el llamamiento a la justicia social de la ocupación y esperar simplemente lo mejor es una concepción equivocada. La idea de que la unidad de las protestas se debe mantener a toda costa pasa por alto el hecho fundamental de que, en realidad, en Israel, cualquier protesta que no aborde la ocupación no es en absoluto una protesta.

Así, en el Boulevard Rothschild de Tel Aviv Boulevard, los manifestantes de clase media están intentando librar una primavera árabe sin árabes. Aunque la protesta de la ciudad acampada ha sido inusual en su tamaño y en el amplio grado de apoyo que ha recibido en todo el país, el impulso que hay tras ella no constituye un verdadero reto
para el Estado de Israel. Las protestas representan una reacción contra las injusticias económicas exacerbadas por las políticas neoliberales del gobierno de Israel, y como tal, el amplio marco del sionismo es perfectamente capaz de absorber las demandas de los manifestantes. Colonos abrazados

De hecho, ¿qué es la rebelión del Boulevard Rothschild sino la última manifestación del viejo sueño sionista? Al igual que hicieran antes que ellos los colonos sionistas pioneros ellos, los manifestantes de hoy prevén la creación de un estado del bienestar en la tierra de leche y miel, donde la vida sea asequible, la comida abundante y
los legítimos habitantes del país, los palestinos, estén excluidos de la discusión. Sencillamente, parecen no existir. Los manifestantes no pretenden negar el sueño sionista, por el contrario, quieren ponerlo en práctica.

Pero el sueño de los primeros sionistas fue una pesadilla para los palestinos locales. Cuando la libertad de un pueblo se logra con la ocupación de otro, no hay nada que celebrar. La rebelión del Bulevar Rothschild no se diferencia en nada de ese precedente. Sin tener en cuenta la ocupación, las exigencias de los manifestantes, en el mejor de los casos, tienen un único objetivo de mejorar la vida de los ocupantes, y la bienvenida dada a la inclusión de los miembros del mega-asentamiento de Ariel en la revuelta, según lo informado por Max Blumenthal y Joseph Dana debe servir aquí como una severa advertencia (“¿Cómo podría lograr el movimiento social más grande de la historia de Is
rael ignorar el mayor desastre moral del país?”, Alternet, 24 de agosto de 2011). Son los ocupantes quienes se alzan para recibir una mejor atención de salud, mejor educación, mejores salarios, viviendas más asequibles y todo lo que tiene que ver con mejores condiciones de vida, mientras los que viven bajo la ocupación no reciben nada. Agenda conservadora
El viernes 23 de septiembre manifestantes se concentraron frente a delegación ONU en Caracas para exigir reconocimiento del Estado soberano e independiente de Palestina
Por lo tanto, en este caso, la protesta no es en absoluto tan radical. Como el himno rockero de Henoc, la imagen de la protesta radical esconde una agenda más bien conservadora. Es decir, las protestas operan dentro de los parámetros predeterminados del orden social dominante. En lugar de representar una amenaza para el Estado de Israel, el único objetivo de las protestas es mejorar la vida de sus ciudadanos judíos. Buscan mejorar el sueño sionista de construir un Estado de bienestar social en una Palestina sin palestinos. Lo que verdaderamente hace falta es desmantelar por completo ese sueño y su sistema de apartheid que le acompaña.

Por lo tanto, las diversas tendencias izquierdistas partidarias de la rebelión de Rothschild Boulevard que defienden la exclusión de la cuestión palestina en el nombre de la unidad israelí se equivocan. Unidad no significa juntarse con los partidarios de la ocupación y los colonos usurpadores de la tierra. Por el contrario, la verdadera unidad se entenderá traspasando esa gran división tabú entre judíos y árabes, israelíes y palestinos. Ello significaría que el sueño exclusivo y etnocéntrico del sionismo tendría que ser reemplazado por un sueño democrático sin segregación y apartheid. La justicia económica basa en la exclusión etnocéntrica no es un sueño por el que valga la pena luchar. Cuando los ciudadanos israelíes judíos enviados a los niveles más bajos del escalafón de la explotación llevada a cabo por sus gobiernos estén dispuestos a reconocer que su verdadero enemigo es el mismo que el que aterroriza al pueblo palestino ocupado, entonces y sólo entonces habrá una unidad en la protesta que valga la pena celebrar.

*Greg Burris es ex profesor de la Universidad Bilgi de Estambul, en Turquía y Licenciado en el Departamento de Estudios de Cine y Medios de Comunicación de la Universidad de California, en Santa Bárbara.
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